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En el confín oeste del Principado, donde este limita con Galicia, perviva una comarca poco habitada donde aún se experimenta el placer exclusivo del descubrimiento: los Oscos.

Es un lugar repleto de ríos y cascadas, deliciosas aldeas, frondosos bosques y unas rutas senderistas que cortan el aliento. Un destino de rechupete, vamos, que la Unesco ha reconocido como Reserva de la Biosfera. La zona protegida se extiende hasta la misma orilla cantábrica, pero mi propósito es centrar la visita en tres municipios esta vez: Santa Eulalia de Oscos, San Martín de Oscos y Villanueva de Oscos, en el sector más montañoso de la comarca.

en la zona más elevada de los Oscos. Los muchísimos arroyos que atravieso forman parte de la cuenca del río Navia. ¡Qué barbaridad de agua por todas partes! La cúspide de la comarca está en la sierra de La Bobia, a 1.200 m. Aparentemente, el ganado pace por doquier; donde se interrumpen los bosques de robles, abedules o castaños, los sustituyen los pastos naturales.

Santa Eulalia de Oscos, mi primera parada, es la capital turística de la zona con sus 450 habitantes, toda una megalópolis. Las viviendas conservan las paredes de piedra y los tejados de pizarra, síntoma de inviernos nevosos. Hay edificios más recientes, con más plantas, pero han adoptado la misma apariencia, salvo alguna excepción encalada o blanqueada. Ventanas y balcones abundan en maderas de castaño y roble, transmitiendo sensación de confortabilidad y calor interior.

Santa Eulalia es un muestrario de oficios tradicionales. Lo compruebo en el Conjunto Etnográfico de Mazonovo, que muestra cómo fue la industria local del hierro desde tiempos inmemoriales. Debe su nombre a un mazo hidráulico del siglo XVIII. El actual herrero atiza sonoros porrazos al metal hasta doblegar su resistencia.

No dude en visitar la Casa Natal de Antonio Raimundo Ibáñez, marqués de Sargadelos, en el cercano vecindario de Ferreirela. Este aristócrata ilustrado creó en las vecinas tierras lucenses una de las primeras fábricas de fundición de hierro colado y loza que hubo en España. Fue el origen de la hoy aclamada cerámica de Sargadelos, tan valorada.

la Ruta de la Seimeira. La senda, perfectamente señalizada, sugestiona un poco por su penumbra vegetal, inducida por las frondosas copas de alisos, fresnos, sauces, avellanos, robles, castaños… Cualquier ruidito me remite a Hansel y Gretel desorientados en la espesura

 

El pequeño vecindario de Pumares practicó la herrería en el pasado, como prueban los restos de otro antiguo mazo. Más allá, el camino remonta junto a paredes de piedra tapizadas de musgo. El abandonado núcleo de Ancadeira y el silencioso valle del Desterrado son la antesala de la atronadora cascada (Seimeira) que da nombre a la ruta, con sus 30 m de caída. Regresamos por el mismo camino, esta vez en sentido contrario. La marcha ocupa unas dos horas y media, agradables y sin grandes desniveles.

San Martín de Oscos,

un pueblo algo más pequeño que Santa Eulalia: no llega a 400 habitantes. Me sorprende agradablemente que algunas calles y plazas estén pavimentadas con losas de pizarra, y también la presencia de hórreos tradicionales en pleno núcleo, graneros que se elevan sobre el suelo para proteger su contenido de las ratas y la humedad. En Asturias suelen ser cuadrados, de madera, con la techumbre de pizarra o teja, a veces recubierta de brezo o piorno.

La Casa del Marco muestra cómo fueron las viviendas tradicionales en Los Oscos cuando la autosuficiencia era imperativa. El recinto agrupa varios edificios: la vivienda familiar y el pajar, un corral con un hórreo, pequeñas construcciones auxiliares… El edificio principal se adapta a la pendiente del terreno con estancias a distintos niveles. Reconvertido en Museo de la Casa Campesina, es de finales del siglo XVII y para su construcción se emplearon materiales procedentes del entorno más cercano, sobre todo piedra cuarcita y pizarra, y madera de castaño.

A Revoqueira, a tres kilómetros de San Martín. Allí empieza la señalizada Ruta de Mon, un sendero circular con 13 km de longitud y 4 h de duración. La caminata arranca a través de pastos, antes de adentrarse en un bosque que ya me acompañará hasta Mon. Allí admiro un ejemplo de la arquitectura señorial en Los Oscos: el palacio de Mon. Es del siglo XVIII, barroco, y perteneció a una familia ilustrada bastante influyente: Romualdo Mon fue arzobispo de Zaragoza y de Sevilla; Juan Antonio Mon, presidente de la Audiencia de Quito…. La mansión tiene planta rectangular y dos patios interiores. En la fachada principal destacan cuatro grandes escudos.

Continuamos la marcha por un camino carretero, delimitado por muros de piedra y lajas de pizarra. Me concedo un respiro en la capilla de Santa Marina, desde donde oteo el valle del río Ahío. Al fondo se atisba el mazo de Mon, mi siguiente parada. Antes debo atravesar un centenario castañal con varias corripas, unos vistosos depósitos circulares en piedra que se usan para guardar castañas. Los restos del recóndito mazo de Mon están junto a una antigua acequia muy bien conservada. El mismo sendero, siempre paralelo al río Ahío, me conduce de vuelta a Revoqueira.

Villanueva de Oscos, un pueblito con solo 300 habitantes, el más pequeño del periplo. También es el que tiene más ínfulas, ya que acoge un cenobio del siglo XII, declarado Monumento Histórico Artístico, y Bien de Interés Cultural. El monasterio de Santa María de Villanueva de Oscos incluye una iglesia románica y el convento propiamente dicho. Se levantó en torno a 1182 y lo habitaron sucesivamente monjes benedictinos y cistercienses. Varias remodelaciones alteraron su estructura primitiva, de la que aún conserva la cabecera del templo y un sepulcro; el resto del complejo es de los siglos XVII y XVIII.

Nada me hará abandonar Los Oscos antes de visitar su Ecomuseo del Pan. Este incluye un campo de trigo, una era, un hórreo, un molino, un horno y un centro de interpretación, y expone el ciclo completo de la elaboración del pan, desde la siembra hasta la cocción. Qué forma más sabrosa de despedirme de esta comarca con tanta miga.